Aprovechando esta época de poca actividad “rutera” os posteo este relato.
Corría el verano de 1.973. Tenía 19 años y con otros tres compañeros nos dirijimos al pirineo aragonés para hacer la ascensión del Pico de Anto, que con sus 3.404 m.s.n.m. ostenta la mayor altitud e la cordillera pirenaica
(es obvio que las cotas que tenemos por acá no son las vuestras y esbozarán alguna que otra sonrisa maliciosa poco contenida a más de uno de vosotros ...)Para ello, enlazando varias líneas de autocares (colectivos) y tras haber realizado la salida de Barcelona a las 6 de la mañana llegaríamos, ya habiendo anochecido, a la población aragonesa de Benasque, en la provincia de Huesca, limítrofe con Francia, donde se encuentra en valle homónimo de Benasque que nos conducirá al refugio de montaña de La Renclusa, que nos servirá de punto base para la mañana siguiente, tras levantarnos a las 04:30 h. de la mañana, iniciar el ascenso.
El motivo de tan pronta partida es debido a que al mediodía, con la irradiación solar, se abren muchas de las grietas del glaciar y de este modo se asegura un descenso de la cima mucho más cómodo. Precisamente hacía unos 6 meses había resbalado una alpinista francesa yendo a precipitarse a una de estas grietas (alguna de ellas de 60 m. de profundidad) sin que tras varios días de búsqueda hubiera podido ser hallada.
Saliendo del refugio donde hemos pernoctado, tiene lugar una pesada ascensión de algo más de 800 m. de desnivel desde el Refugio de La Renclusa (2.140 m.) hasta el Portillón Superior (2.970 m.). Se trata de un paso que se encuentra en la cresta, al pie del inicio de la cual está el refugio y que asciende perpendicularmente hasta la principal, en la que encuentra la cima.
Lo agotador de esta primera toma de contacto es debido a que esos 800 m. de desnivel están constituídos por bloques de roca del tamaño de pequeños (y no tan pequeños) vehículos, resultado de la acción destructiva del hielo que los fragmenta de la cordillera y los precipita hacia cotas inferiores.
Al llegar a este paso vemos por primera vez frente a nosotros el Pico de Aneto y el glaciar que, desde su base, a partir de este momento deberemos cruzar en diagonal para acceder a él.
Aunque en esta imagen inicial pueda parecer poca cosa es una impresión equivocada ya que, como he dicho, se trata de su parte inferior. Ya dentro de él debemos ser muy cautelosos y tantear constantemente con los piolets el espacio frente a nosotros ya que debido a la inclinación de la ladera, por la fractura debida al peso del hielo sobre ella, en realidad en muchos puntos se trata de un mar de grietas, ahora cubiertas de nieve y que si bien muchas son visibles y podemos saltarlas (la mayoría sin demasiada dificultad) y rodear y buscar el mejor paso en las de mayor amplitud, otras no son visibles y solo podemos intuirlas cuando al clavar los piolets éstos se hunden sin ofrecer resistencia alguna bajo la nieve que las cubre. Lo que hace que el ascenso sea muy laborioso y lento.
Llegados a este punto debo hacer un inciso para aclarar que, si bien en un principio éramos tres amigos (dos chicos y una chica) los que nos disponíamos a realizar la ascensión, en un determinado momento, que ahora no recuerdo cuando fue, se nos añadió un cuarto integrante, que resultó ser un calvario para nosotros en toda la jornada y que bien poco faltó en varias ocasiones que motivara más de un accidente.
Era absolutamente inconsciente del peligro, nos atrasaba sobremanera, avanzaba despreocupadamente sin fijarse dónde pisaba (en varias ocasiones tuve que agarrarlo para evitar que se precipitara en alguna grieta oculta, en la que no se había fijado ...) realmente fue un suplicio durante toda la jornada, hasta el punto que debido a las horas de retraso que estábamos teniendo, cuando llegamos de nuevo al refugio encontramos que se estabn organizando para venir a buscarnos, pues creían que nos habría ocurrido algo.
Solo un ejemplo : ya bajando echó a correr y al pasar junto a mi debí cogerlo en volandas ya que se estaba abriendo una grieta que ni se había fijado en ella y estuvo a punto de caer dentro ... Las oíamos crujir a nuestro alrededor y como se iban abriendo por todos lados por el retraso de la hora en que estábamos bajando, en la zona de máxima pendiente (y por lo tanto de mayor fractura del gaciar) llegamos a encontrarnos dentro de un inmenso mar de grietas, como un laberinto, que debíamos ir saltando una a una entre las “islas” de hielo que quedaban entre ellas, eternizando enormemente nuestro descenso.
Bien pues, hecho el inciso, voy a proseguir con el relato.
Llegando a la parte superior del glaciar la pendiente se acentúa significativamente.
Rebasado el Pico de Coronas (el que se ve detrás mio) llegamos a un último collado ...
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Miquel Rubio.
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