Ando con problemas de conexión (nada raro en Tilcara...), así que, si puedo subirlo, les dejo otro cuento:
PRESIDENTE POR UNAS HORAS.
Así como me ve: machado, sucio y rotoso, yo fui presidente por unas horas. Ese glorioso día nos habíamos encontrado en el bar de El Chato Rodríguez para escuchar el partido de la selección (no había televisión en el pueblo por esos años) y empezamos a brindar por el triunfo desde mucho antes del comienzo. No hace falta decir que seguimos dándole al vino con total optimismo durante los primeros quince o veinte minutos. Después, a medida que nos iban metiendo goles, los brindis se transformaron en tragos que servían para matar la decepción. Como perdimos por goleada y estábamos con una macha considerable, todos empezaron a putear y a quejarse del país, hasta que alguien propuso que formáramos una república, porque estaba cansado que los porteños siempre nos jodan la vida. Como El Chivo Juan opinó que no podíamos formar un país entre los que estábamos ahí reunidos, El Profesor Olarte (que no era profesor, pero recibía ese apodo porque, a diferencia de nosotros que no habíamos terminado siquiera la primaria, él había hecho seis meses de primer año en la Escuela Normal de Humahuaca) se paró arriba de una silla y dijo: - ¡Hermanos! La Historia nos cuenta que veinte porteños mariconcitos, que no representaban a la totalidad de la población del Virreinato del Río de la Plata, hicieron la Revolución de Mayo y crearon un país: ¿por qué no podemos fundar una república nosotros, que no sólo constituimos un porcentaje importante de la población tilcareña sino que, además de bien machos, somos la reserva ética y moral de este pueblo abandonado por los gobernantes y los dioses…? Por catorce votos a favor y una abstención (la de El Gordo Quipildor, que estaba durmiendo su siesta etílica en un rincón y no pudimos despertar) decidimos fundar la República Fraterna, Igualitaria y Anticlerical de Tilcara (las palabras “Fraterna”, “Igualitaria” y “Anticlerical” fueron sugeridas por El Profesor y pocos –o nadie- sabían su significado). Pasando a votación, fui designado presidente (porque era el que más fresco estaba) y El Profesor quedó como Administrador de Justicia (se negó a recibir el título de Juez, porque argumentó que los jueces eran “resabios de un arcaico sistema judicial y alcahuetes de monarcas y presidentes”); no se eligieron diputados a la espera de contar con representantes de los distintos barrios. Algunos que habían hecho el servicio militar en el RIM20 fueron nombrados Ejército Fraterno Tilcareño, mientras que los que lo habían hecho en el GAM5 pasaron a formar parte de la Artillería Igualitaria. Elaboramos dos leyes simples y básicas: se crearon impuestos al trabajo (que debería pagar toda persona que ejerciera tan denigrante actividad) y al ingreso a Tilcara: ambos eran pagaderos exclusivamente en vino. Sin más que hacer por esa noche y confiando en que el gallo del Chato obrara como despertador, nos dormimos en el mismo bar después de haber brindado abundantemente en honor a la nueva república. Apenas despertados y desayunados con unos tragos de tinto para bajar la resaca, y dado el carácter anticlerical de la República, fuimos a la iglesia, donde el cura estaba preparándose para dar la misa de las ocho, a fin de incautar el vino de misa y cerrar el edificio, perverso antro donde siempre se condenaba la chupa. Después, en la tienda de Doña Jova, tomamos algunos retazos de tela bordó y amarilla (simbolizando el vino tinto y blanco, respectivamente… aunque en el caso del blanco no era exactamente del color adecuado) para la bandera y la banda presidencial. Alguien propuso agregar un color rosado, pero a esa altura Doña Jova puso el bastón sobre el mostrador y nos empezó a mirar con cara fiera, así que, argumentando que el vino rosado era para maricones, nos fuimos para el almacén de El Turco Sadir, al que le sacamos todo el vino disponible (el turco lo anotó en nuestra cuenta y nos lo cobró a los tres días debido al triste desenlace de esta historia). Hecho esto, nos dirigimos a bloquear las entradas del pueblo. El puente actual todavía no estaba, y se entraba a Tilcara por atrás del Pucará, después de cruzar el vado en Punta de Campo: allí bloqueamos el camino con un tronco de álamo que le pedimos prestado a Inocencio Cruz (después de decidir que, al no ser material bebible, no era expropiable); otra parte se dirigió al puente peatonal que llegaba a la Estación y, finalmente, apenas dos (en vista del menor tránsito) se dirigieron a cerrar el acceso Norte a la altura de Cerro Chico. El Ejército Fraterno se distribuyó a lo largo de la frontera para salvaguardarla y la Artillería se proveyó de piedras para repeler cualquier intento de agresión. El primero que pasó fue Don René Camacho, a bordo del Rastrojero que tenía en ese tiempo: iba a Jujuy a buscar mercaderías para su tienda. Al pretender cobrarle el impuesto, muy amablemente pidió ver la ley, ya que la desconocía, tras lo cual indicó que en la misma se cobraba impuesto “a la entrada”, pero no decía nada de la salida. Lo dejamos pasar por ser un argumento válido y porque, además, prometió traer dos damajuanas de buen vino para la vuelta. Mientras el Rastrojero se perdía de vista rumbo al Sur, llegó el Cabo Gualampe a ver qué pasaba. Como formaba parte de las fuerzas policiales de Argentina y se negó a incorporarse a la naciente República, inmediatamente lo sacamos a empujones de nuestro territorio, advirtiendo que cualquier intento de penetración del mismo sería severamente impedido. Tras cruzar chapaleando el Río Grande (y después de dedicarnos algunos insultos, gestos obscenos y un par de tiros al aire) empezó a caminar rumbo a Maimará. No había mucho tránsito en esas épocas. Los primeros que llegaron fueron unos turistas porteños que querían ver el Pucará y no tuvieron problemas (al contrario, les pareció muy simpático el hecho) en pagar el impuesto: como no traían vino, nos dejaron dinero argentino, al que una comisión que designé al efecto canjeó por botellas de tinto más allá de nuestra fronteras (ya que nos habíamos apropiado de todo lo bebible existente en el pueblo). Casi sobre el mediodía, intentaron pasar un par de gringos que se negaron a pagar y fueron repelidos por nuestra gloriosa Artillería. La abundancia de bebida, la falta de comida (a nadie se le ocurrió traer ni siquiera un miserable pedazo de charqui para chupar) y el calor de la siesta hicieron que casi todos estuvieran dormidos cuando se presentó un juez acompañado por el Ejército. Como presidente salí a su encuentro, lo que me permitió escuchar un indignante comentario del coronel al juez: “¡¿Para esta mierda nos hicieron movilizar?!”. Dadas las condiciones en que estábamos, fuimos fácilmente reducidos y llevados a la comisaría. Cuando estábamos llegando, apareció el cura a reclamar el vino de misa, lo que motivó que El Profesor se abriera la bragueta, sacara lo que tenía debajo y le empezara a mear la sotana mientras le decía: “¿Querés el vino de misa? ¡Acá tenés el vino de misa!”. Como se negara a guardar su miembro viril y nadie quiso volver a ponerlo en su lugar, lo llevaron a la rastra, todavía meando y a los gritos. Nos tuvieron encerrados en la comisaría dos días, en los cuales recibimos frecuentes manguereadas con agua fría para que se nos pase el pedo y nos liberaron después de darnos una abundante dosis de café. Tristemente, empezamos a transitar nuestro antiguo fraterno, igualitario y anticlerical territorio, avasallado ahora por las hordas imperialistas que se abusaron de su superioridad bélica y de nuestra pacífica ebriedad. Es así, mi amigo (y gracias por pagarme el vino): yo fui presidente por unas horas, y le puedo jurar por los hijos que nunca tuve que fui un buen presidente: repartí la chupa en partes iguales y no me tomé un solo trago más que los otros… no como muchos otros presidentes, que siempre se andan guardando algo para ellos. ¡Duró poco, pero fue bueno!
PD: A excepción de Doña Jova (+) y Don René Camacho (conocidos comerciantes del pueblo), los nombres utilizados son ficticios: cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Obviamente, la historia nunca sucedió… pero, tratándose de Tilcara, no sería extraño que alguna vez sucediera.
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