EL CABO PÉREZ.
La muerte del Chino Ibarra sucedió unos dos meses después que me hice cargo de la Delegación. Llegué al almacén de Aramayo de pura casualidad, de aburrido, andando de un lado para otro con mi caballo. Me encontré con el cuerpo, con un tajo a la altura del corazón y la roja sangre absorbida por el rojo poncho salteño del difunto; con la gente rodeándolo y mirándome desafiante. - ¿Quién fue? - No sabemos, cabo, era un forastero… - Sí, un desconocido, fue… - ¡No me vengan con esas cosas: yo nací en el campo y se reconocer un caballo a la distancia –les dije, enojado y casi gritando- y ese manchado que se iba a la carrera cuando llegué es el de Sarapura, no vi otro igual en este pago en el tiempo que estoy acá! - Era parecido el caballo, cabo: le dijimos que era un foras… Aramayo, con un gesto, lo cortó al que hablaba. - Mire, cabo, acá las cosas se arreglan así: sin jueces ni policías. Fue entre hombres, de frente, por una cuestión de faldas: ¡¿Qué juez podía arreglar eso?! Miré a esos hombres: duros y resecos, de manos callosas, con rostros curtidos por los cachetazos de la intemperie; miré los caballos, iguales a sus dueños; miré el monte espinudo y bravío. Me pregunté si a esos hombres los había hecho así el monte o la injusticia de los patrones. Me acordé que una vez, cuando era chango, un viejo me dijo: “Acá donde nacemos se puede elegir entre ser policía, cura o gaucho bruto”. Yo elegí ser policía porque no tuve el coraje de ser gaucho bruto ni las ganas de ser cura, pero ellos: ¿tuvieron la posibilidad de elegir? Busqué los ojos de Aramayo, que no habían dejado de mirarme: - ¿Y qué hacen cuando pasa algo así? - Enterramos al muerto en el monte, soltamos su caballo para que saque a pasear el alma, decimos que se fue a buscar trabajo a otro lado y, cada tanto, las viejas rezan un rosario por su buen descanso. - Hagan lo que tengan que hacer, entonces. Tienen suerte que no vine para acá y no vi nada de esto… Estaba llegando a mi caballo cuando escuché la voz de Aramayo: - Esta noche, cuando deje el servicio, lléguese hasta acá, que la casa invita. - Le va a salir caro el convidao: soy de buen tomar y siempre tengo la garganta seca. - ¡Es de los nuestros, entonces, aunque sea cabo!
Hace más de diez años que estoy en este pueblo olvidado. Siempre que me han querido trasladar rechacé la oferta: aunque cada tanto un paisano “se va a trabajar a otro lado”, es un lugar tranquilo, el vino es bastante bueno y nunca falta alguna china que comparta mi cama. Eso sí: por las dudas, nunca me meto con mujeres casadas…
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