LA VIRGEN DE LA PARED.
La historia de la Virgen de la Pared la inventamos con El Negro Chungara, ayudados por Pilita Gutiérrez (el hijo del Pila Gutiérrez), porque andábamos buscando la forma de hacernos de unos pesos sin tener que trabajar como bueyes, cosa nada fácil en este mundo globalizado y materialista. La idea fue mía, y le propuse al Negro que usáramos la casa de su abuela, ubicada en el camino a Cerro Chico y bastante ruinosa después de la muerte de la vieja, que supo tener fama de curandera y lectora de hojas de coca. En una especie de nicho que había en la pared del dormitorio, le pedimos a Pilita que pintara una virgen, porque el chango estudiaba artes plásticas en Humahuaca y era bastante ducho con los colores y los pinceles. Como en todas las cuestiones de fe, bastó que comentáramos que la Virgen había sido de la abuela y era milagrosa para que empezaran a venir a pedirle cosas. Varios dijeron que cumplía los pedidos, pero el que le dio fama definitiva fue Chilliguay, el kioskero, que pidió que Peña Alta saliera campeón del Interbarrial de ese año: Peña Alta salió tercero (lo que podía considerarse de por sí un milagro más grande que la resurrección de Lázaro), pero el presidente de la liga, gracias a un par de damajuanas de vino que le alcanzamos gentilmente, descalificó a los dos primeros equipos, arguyendo la inclusión de jugadores alcoholizados en los partidos definitorios (cosa que era verdad, ya que en el Interbarrial el único que no juega chupado es El Pato Catacata, que es evangelista). A partir de ahí empezó un desfile de gente, no sólo de Tilcara, sino de los pueblos vecinos y también de San Salvador de Jujuy. La fama de la Virgen de la Pared empezó a trascender las fronteras provinciales, lo que permitió que, además de las donaciones, montáramos un excelente negocio con la venta de choripanes y estampitas a los concurrentes. Todo iba de maravillas, hasta que llegó a Tilcara el padre Alonso, un valenciano cascarrabias y dogmático, que empezó a despotricar acerca de la falsedad de nuestra Virgen, la cual consideraba (muy acertadamente, por cierto) como un simple negocio nuestro. En vano eran nuestras afirmaciones sobre los supuestos milagros, o nuestras excusas de que las donaciones partían de la buena voluntad de la gente y servían para cubrir los gastos, que los choripanes satisfacían una necesidad gastronómica de los devotos y las estampitas eran un recuerdo que perpetuaba y reafirmaba la fe católica. Un día de llegó con sus dos monaguillos hasta la casa, sacó a los empujones a los devotos y nos ordenó terminar todo bajo amenazas de excomunión y denuncia a la policía. No sabía qué hacer, ya que la excomunión me importaba muy poco, pero no quería que la policía anduviera metiendo las narices en nuestras cosas. En ese momento apareció Pilita, blandiendo un martillo y un cincel. Con la cabeza baja reconoció haber pintado la Virgen y dijo: “Yo la pinté, yo la voy a destruir”. Prometiéndome cortarle sus “partes” de hombre y hacérselas comer en guiso cuando se fueran todos, vi con impotencia como empezaba a los golpes contra la pared. Primero cayeron un par de bloques pequeños y después uno más grande. Ese fue el momento en que Pilita dejó caer las herramientas y se volvió con los ojos llenos de asombro: debajo de la pintura aparecía el rostro y parte del hombro de otra Virgen, desgastada por el tiempo y casi igual a la que él mismo pintara. - ¿Qué hago, padre? - ¡Jesús, María y José! ¡Dios mío, Dios mío! No la toques más, hijo, déjalo así, no sea cosa que dañes esa antigua imagen… ¡Dios mío! – dijo el cura cayendo de rodillas y poniéndose a rezar. Alguien, desde la puerta, había visto lo sucedido: “¡Hay otra Virgen, hay otra Virgen debajo…!”. En segundos, la habitación se llenó de gente que rezaba o lloraba: “…ruega por nosotros pecadores…”, “¡Milagro, milagro!”, “Dios te salve, María…”, “La Virgen no podía fallar”. El Negro estaba sentado en un rincón, apoyado en la pared, llorando: “Mi abuela decía que veía a la Virgen… mi abuela decía que veía a la Virgen”. Le pegué un par de cachetazos y lo levanté: - ¡Que hacés llorando, maricón: andá a sacar las estampitas y preparar los choripanes, que nos llenamos de guita! ¡Levantá los precios, que hoy es día de milagros! Mientras El Negro salía apurado, me dirigí a los que atestaban la habitación, aprovechando para darle, de pasada y como si fuera un tropezón, una buena patada al cura: - ¡Hermanos! ¡Hermanos! Vamos a organizarnos: todos tenemos derecho a estar con la Virgen. Hay gente afuera que también quiere llegar hasta Nuestra Madre. Por favor, seamos buenos cristianos: salgamos y hagamos fila para pasar de a uno y poder compartir con Ella. Los más necesitados, los urgentes, los que tengan causas desesperadas, deben entrar primero… Pasamos la noche casi sin dormir, por atender la interminable fila de promesantes. Mientras contaba la recaudación que veníamos haciendo, le dije a Pilita: - Tuviste suerte, changuito: si no hubiera aparecido la nueva Virgen, te juro que te hubiera hecho recagar por pelotudo… - El pelotudo es usted, Juan, disculpe que se lo diga: ¿En serio se creyó la historia del milagro? Yo sabía que tarde o temprano esto iba a pasar, con este cura de mierda, así que anteanoche le saqué un molde al nicho donde estaba pintada la Virgen, hice una plancha de barro, paja y un aglutinante plástico con esa forma y pinté una Virgen nueva, igualita a la otra. Anoche vine, lijé y le pasé barro a la imagen que estaba pintada para envejecerla y sobre eso puse la plancha con la Virgen nueva: la que “apareció milagrosamente” es la que había pintado primero. Mientras se reía a carcajadas, me quedé mirándolo con la boca abierta. Haay que reconocerlo: además de buen artista, es bien vivo para los negocios.
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